Espejo de Luna

lunes, febrero 27, 2006

Toda la noche

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Anoche a las doce estaba yo en la horizontal, hecho un cuatro,
y cobijándome en la dulzura de tus orillas por mí pensadas.
Hacía algo de frío y, como no me puse ninguna bufanda,
no pude menos que pedirte me arroparas con el calor
de tu cuerpo y me estrecharas entre la suavidad de tus brazos.
Ronroneé más que agradecido y me adormí muy calentito
entre el arrullo de las sedosas plumas de tus alas.
Toda la noche ha sido una caricia entera, sí, de ti.
Una completa sed, sí, de ti. No puedo ocultar que,
el deseo de pegarme y sentirme fundido en tu abrazo,
me acució y me vino a despertar,
como las erectas saetas del reloj, a las seis de la mañana.
¿Qué podía hacer con mi dragón despierto;
qué podía hacer con el fuego de mi instinto
elevado en llama, Deseada mía; cómo conformarlo
con sólo un sueño que viniera a consumirme en su hoguera?...
Ya no me pude dormir, sí me arropé más el alma con tus brazos;
te quise despertar besándote y tú...¡no estabas!

Esta noche, Sirena: Deseada, volveré a buscar
el horizonte de tus labios.
Ansiosa mi boca de la tuya querrá alcanzar la gozosa
dádiva de tus besos;y me aferraré, cerrando los ojos,
al vértigo de sucumbir en tu milagro de hacerme eternos
los instantes del sueño en que me besas.

Cuando los cierre parecerá que abro los ojos
porque tú quieres habitarlos y quedarte a reposar en ellos.
Así, dormida tú, instalada ya en el altar de mis ojos,
seguro que me vendrás a contar tus sueños;
mientras yo seguiré deseando aprender a volar desde tu boca.

Y es que, cada vez que tus besos no me alcanzan,
que tus palabras no me llegan,
siento que más me hace falta tu boca
en el beso y la palabra;
que me derritas con tu alma y tu sonrisa
y tu piel y tu abrazo descubierto, por ese orden.

lunes, febrero 20, 2006

Conviérteme en mar

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No sabes cómo quisiera convertirme
yo en mar para más navegarte.
En ese mar vertical de ducha tibia
en el que, entre espuma juguetona y candorosa,
modelas tu hermosura de mujer, te reconoces,
te renaces, vuelves a la caricia...
Si yo fuera ese mar, dejarías
definitivos de deseo tus hombros
en mis manos de agua,
tus pechos en mis manos, tus caderas...

Mi caricia de lluvia busca tu escultura,
la misma agua tiene tu sabor
y lo bebo en la cálida rosa de tu piel,
gozo del cáliz de tu cuerpo, lo recorro...
por todo ese placer de tu desnudo
tiene el agua tu forma, mi avidez de ti...
tu cabello, tu rostro, lo limpio de tus ojos,
la seda de tu piel...contigo me envuelvo
con la lluvia de ese mar que nos inclina
como sobre sábanas calientes
tejidas en el agua mía que te navega.

martes, febrero 14, 2006

San Valentín

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(Imagen tomada en Verona, bajo el balcón de Julieta)

Hoy son las manos la memoria.
En mis manos permanece el recuerdo
de lo que no han tenido:
tu cabeza amada entre sus palmas.
Mis dedos reconocen tus cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario que repaso:
días felices, con tu presencia a mi lado,
dóciles al amor que los vive.
No sé si son caricias lo que mis manos
repiten o son infinitas angustias
hechas tactos ardorosos,
pasando y repasando
tu ausencia que no les contesta.
Pero junto las manos y, entre sus palmas,
me viene a subir el calor de tu rostro;
el dulce peso de tu cabecita en mis manos
lo insinúa, mis dedos se lo creen,
y quieren convencerse:
palpan, palpan... buscándote.
Una voz oscura tras la frente
me dice que tu calorcito lejano,
porque está aquí tan cerca,
no se puede tocar con mi carne
mortal con la que busco allí,
en la punta de los dedos,
tu presencia invisible.
Mis manos no hacen caso a esa voz,
sosteniendo tu hermosura entre sus palmas
ciegas cuya fe única está en ser buenas,
en recrear caricias sin cansarse;
por ver si así se ganan,
cuando ya tu cabeza amada
venga a vivirme con su dulce
peso en mi hombro,
el triunfo de no estar vacías.

lunes, febrero 06, 2006

Tendida tú...

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Anoche en el insomnio, cuando el reloj de la noche se estiraba a las tres,
mi pensamiento se alargó hacia ti; tú soñando me hablabas,
me hablabas disfrazándote en mi voz, así misteriosamente
mi voz de ti venía como reflejada, yo no me daba cuenta,
y dibujaba en la íntima oscuridad palabras musicales, fulguradas,
como de tus labios venidas y hacia tus labios volviendo.
Yo las dejaba llegar, mojar sus alas en mi pecho oceánico y levantar
el vuelo hacia tu costa cada palabra dulce o ave marina.
Y así revoloteaban la noche alas felices. No me atreví a apresarlas,
y las dejaba partir, perderse, encontrarse en tu boca,
y con el rumoroso oleaje de tus labios en los míos me adormí;

cerrados mis ojos, abiertos mis labios en ahogado
glu-glu buscador del salvavidas de tu boca.

Ya dormido, soñándote, tendida tú junto a mí en la penumbra

del cuarto, como el silencio que queda después del amor,
yo ascendía levemente desde el fondo de mi reposo hasta tus bordes,
tenues, dulces. Y con mis labios repasaba las lindes delicadas
de tus orillas y sentía la musical, callada verdad de tu cuerpo
que como lámpara encendida cantaba.
Mis labios navegando despacio en tu piel, sedosa, indemne, cálida,
aprendían la ascensión del pie, la redondez de la rodilla,
el tobogán de la cadera, el terciopelo del vientre,

los volcanes del pecho, el columpio de los hombros
al cuello de suave pluma, la curva de tus mejillas,
la boca sedosa, pétalos de rosa rasgados,
labios tuyos puros que besándome...me despertaron.

Y despierto, pensándote, en estas horas tempranas
en que despierta la mañana, los besos de tu argonauta,
ahora, más aún quieren navegar muy despacio todas
las orillas de tu puerto y tus espumas de sirena en las que pienso.

viernes, febrero 03, 2006

Salmón en salmuera al eneldo

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Camina uno a la pescadería y, graciosamente, solicita
un fresco ejemplar de salmón de tamaño al gusto
(buenos son los de cuasi 3 Kg.) y pide le sea partido en canal
y sacada su raspa y espinas (incluso la de sus costillares),
implorando paciencia y buen hacer al pescadero.
Después nos llevamos el salmón,
en dos mitades y con su piel como mortaja,
hasta la cocina de nuestra casa; él no rechistará siquiera.
Ya en nuestra maravillosa cocina miramos
las dos mitades del salmón, nos compungimos un tanto,
acariciamos su asalmonada carne, la palpamos
concienzudamente con el afán de encontrar
si le quedan más espinas. Seguro que las encontraremos
y pinzas de cirujano portaremos para sacárselas
con el mayor cuidado, evitando que nos muerda y su carne deteriorar.
Tras secarnos los manos y las lágrimas, por cada kilo de salmón,
preparamos y mezclamos en un bol:
3 Cucharadas soperas de sal.
1 y media cucharadas de azúcar.
Unos 15 gramos de pimienta verde-blanca machacada a palos o molida.
Un ramillete grandote de Eneldo fresco desmenuzado
y otro puñadito de Eneldo seco (de bote).
Hay que ser buenos y no escatimar la mezcla de esta especia.
Entramos a saco y con esta mezcla cubrimos, apelmazando,
toda la carne del salmón, que no la piel, en sus dos mitades,
sin que nos duelan prendas y evitando ensortijarlo
con vuestro anillo de boda si lo lleváis.
Después, con papel de aluminio por (su haz y envés)
a las dos mitades del salmón fuertemente estuchamos
y vestimos con esa nueva piel de plata.
No queda ahí sólo la mortaja,
pues aún cada mitad envolveremos con, al menos,
tres bolsas de plástico para la recogida
de una gran cantidad de sus grasas.
Dos paquetes tendremos y uno, pesando,
sobre el otro pondremos en una amplia
bandeja que, también, vendrá a llenarse de grasa.
La nevera abriremos y en ella unos cinco o seis días
lo encerraremos y sin olvidarnos,
en el intermedio, de darle la vuelta.
Tres días serán suficientes para un salmón de menos peso,
pues cuantos más días más grasa perderá y más salado resultará.
Después, de la nevera se sacará y bajo la ducha se pondrá
para todo ese mejunje poderle quitar.
Todo el amor también se pondrá para,
con de la cocina paño o papel,
venir a secarlo del todo y con mucho cuidado.
Una finita lonchita de la ya no-cabeza a la cola se cortará
y a la boca se llevará para despacio masticarla
y después tragarla con mucho tiento no sea que,
amén de envenenarnos, ensartados por una espina
vengamos a quedar tal si fuéramos un delicado japonés.
El gusto de salado en un día desaparecerá si, en finas lonchitas,
a bien tenemos poner la carne del salmón a remojo
en aceite de oliva y en la nevera y en un tapado bol de cristal.
Claro está que, si nos gusta salado, ese aceite no necesitará
y que, con un poquito de salsa de soja,
muy bueno también resultará.

Aparte prepararse una salsa también se puede,
por si un cachito de salmón en ella nos gusta mojar:
2 Cucharadas soperas de mostaza blanca.
Azúcar, sal y pimienta, mezcladas en cantidad poquita.
3 Cucharadas de aceite de girasol.
Todo sea para un buen yantar aunque, esta receta,
nada tiene de japonesa y sí mucho de sueca.

Bon profit...

Me puse a pensar:
¿De qué se alimenta una sirena?