Después de la lluvia de verano.



Si fuera verdad que dos almas
caminan juntas, sin conocerse
sus cuerpos; si fuera verdad
que se han tocado desde siempre,
que bebieron la misma luz,
que el mismo destino las mece;
si fuera verdad que son hojas
del mismo arbusto, eterno y verde,
si fuera verdad que su gloria
se cumple el día aquel que tienen
los ojos del alma gemela
fijos en su carne evidente;
si fuera verdad todo eso,
cómo podía yo no cantar
bajo la lluvia del poniente
que a ti me lleva y acerca.

Si fuera verdad
que dos almas, sin conocerse
sus cuerpos, vibran, marchan juntas
hacia el mismo nido caliente,
como aquel día de luz honda,
dorada y dulce de septiembre
en que, por yo cumplir años,
tus “¡ Felicidades!” me diste.

Sueña, me dices. Y yo sueño.
Canta, me dices: Y yo canto.
¿Cómo callar? Sólo callo cuando te beso.
Tú sabes que mi boca es tuya
cuando te beso en el crepúsculo
y dejo que el mundo
en nuestra boca se nos funda;
cuando me asomo al borde de tus ojos
y te mide mi pulso bajo los cielos rojos,
¿cómo callar? Cuando te beso al amanecer
y tu noche se expande en cielo de abrazos.

Anoche me puse a llorar de hermosura,
pegada mi boca a la tierra mojada de tu cuerpo
cuando apagué la luz para más pensarte.