Espejo de Luna

jueves, julio 22, 2010

BESOS, BESOS, BESOS...















Hay besos que a uno le saben a vida,
cuya degustación
se hace en la adolescencia: son torpes,
meras pruebas de lo que vendrá.
Puedo deleitarme con el sabor a triunfo, difícil
de repetir, regalado en una distribución de
premios.
Hay besos de gustillo ambrosiano que nos hacen
firmar cualquier cosa y, una vez puestos, ¿qué más da?
Nos convierten en quien realmente somos: seres
ardientes, instintivos, libres...
Un beso robado sabe a vainilla aunque, ¡claro!,
sólo queda relamerse. Lo apetitoso siempre
sabe a poco. Nos acerca al exotismo. Es como
comerse un flan: yo lo adorno con frutillas, es menos
empalagoso, pues sin adorno me sabe a quemado.
Los filólogos dan sus besos con ligero sabor antiguo,
casi a manuscrito decimonónico, diría yo, áspero,
acre... Abusan de la palabra, rizan el rizo...
Los he catado con sabor a queso: hablan al paladar
de gustos gastronómicos. Se intuye el clavo
y, para un aperitivo con vino tinto, creo que son los
más adecuados.
Hay besos suaves, como
los de seda, sabrosamente afrutados,
como los de raso, los de terciopelo;
los paladeé deliciosos, propios
del preciosismo, besos que son rosa palo.
Otros besos son de mariposa,
de niño me los enseñó mi padre. Se dan
con las pestañas, cosquillean
y desatan la risa. Son ligeros y alados.
También los he probado con saborcillo a caramelo,

otros de yogurcito ¡mmm!, sabrosamente íntimos
en la penumbra de tu dosel. Hay que saber alargarlos.
Todo está ahí. Alimentan.
Admitiré, sin embargo, que también hay besos
insípidos, ya secos, como de papel. Son los
de los falsos, tan simples como ellos.
Están ausentes de condimentos, te aburren

(admito que éstos nunca los probé)
Están los besos salados de una sirena
de agua marina, los de menta y tomillo de la mía:
aromáticos y suculentos.


El beso de la muerte seguro que es el más frío,
y tal vez a mí (y a todos), hoy y mañana,
nos queda soñar con el regalo de otro

tierno, cálido y dulce beso para más
sentir el ser y la VIDA.