Espejo de Luna

martes, enero 29, 2008



¡Ay tu amor que no existe!

¡Cómo te veo en mí ahora siendo que estás lejana!
¡ahora que ya te tengo en mi dentro segura para siempre,
cómo te veo en mí!
¡Ahora que la distancia te conserva sincera,
ahora que no resisto tus infinitos silencios,
cómo te veo en mí!

¡Ay tu amor que no existe cómo se siente en mí!
¡Ay tu amor que no existe!
¡Ay tus nubes que siento que salen de mi pecho,
cómo son toda imagen!
¡Y este espejo inocente o esta húmeda niebla,
cómo me traen tu cuerpo azzul como el agua!
Ahora que son tus ojos tan hondos como lagos
un purísimo goce de mis manos,
ahora que son tus senos presentidos magníficos y suaves
dos azules hortensias,
ahora que no te acuerdas de que yo te quiero…
ahora: en este mismo instante en que me siento inmenso,
en que me noto fértil como lluvia o tierra,
te presiento tan fija que temo no encontrarte,
que temo y que deseo como la voz al aire,
como la mano al seno que aún es flor de almendro,
como el cuerpo a ser sombra que no es bastante bella,
como el pez a las rachas de frío de tus ojos…
…¡y siempre vuelvo a ti, sirena!


(¡Ay tu amor que no existe!)


jueves, enero 17, 2008



Homenaje al poeta ovetense Ángel González
(fallecido el 12-ENE-2008)

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti, sirena;
lo probaría
(a la manera de los panaderos)
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca,
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de besarnos sin hacernos daño
– de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso
en la distancia –;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese Dios, haría
lo posible por ser nuevamente yo
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando – luego – callas…
(Escucho tu silencio, sirena.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Me Eres.
Me basta así)