martes, junio 28, 2005
lunes, junio 20, 2005
TIEMPO (INMINENCIA)
Si miro el cristal de esta ventana que me mira,
se me revela sorprendente poder de espejo del tiempo.
¿Quién soportaría, en esta espera inmóvil, el ascético
silogismo de un reloj?
Es casi verano y anochece.
Vas a llegar. De un instante a otro -¿te veré; podría sin más mirarse,
de súbito, con los ojos de siempre, la irrupción de un sol nuevo?-
aparecerás reduciendo el vacío que me tiene suspensa el alma.
¡Qué afán de verte! A ti -¿a quién?- al puro tránsito que eres,
ese venir hacia mi, toda inminencia, atravesando paisajes del corazón.
A ti, que de imaginarte, he concluido por ignorar tu figura precisa,
tu color, tu bulto, el aire de la tierra en que te sueña mi alma.
¡Cómo resiste el día, negándose a morir, cómo se afana en recibirte!
El aire trae aromas de cosecha madura y un lejano zureo de palomas urbanas. ¿Qué alas sustantivaron la palabra inminencia? Pájaros perdidos se arrojan a piar con un vuelo menudo y sin gracia que turba la quietud de la gran fantasía ordenada de la tarde.
¿Cómo pienso que hayas de aparecer, junco de orilla y yo río, en este destierro, tú? Te he esperado desde el balcón de alta casa, buscándote al anochecer, con un delirio de ojos, entre los diminutos transeúntes de la calle. En madrugadas de tren, de aviones, de barcos, cuando la soledad del comportamiento me brindaba una frenética carrera hacia ti. Te he aguardado... En mañanas madrileñas, medio dormido, volcándoseme el corazón -¿vendrías, no vendrías?- cada vez que me desvelaba el ruido del ascensor, al detenerse. Y el ascensor, poco después, subía, descendía...
¿Cómo pienso que, ahora..., cómo podrías caber aquí, ni en esta ciudad de donde a ratos cobra altura y se derrama un clamoreo de ruidos, de ladridos y voces, de señales que se convocan contra mí, contra ti, moviendo guerra a nuestra soledad? ¿Cómo esperarte aquí? Varado aquí, anclado; y puro tránsito tú, inminencia.
Y, sin embargo...
lunes, junio 13, 2005
Vuelo
Beso la distancia como si fuera tu boca.
Es mi alma la que se une contigo
en la lejanía que mi piel rechaza.
Pienso en ti y, a veces, me basta con eso,
pensar en tus aromas, en cómo
descansa tu mano sobre la mesa,
el calor suave de tu boca en la voz
y en la llama.
Cierro mis ojos para saborearte más dentro,
instalando mi deseo en el hueco
donde antes estuvo mi alma.
Allí eres aliento mío
y respiro despacio
para saberte, amor, para serte,
para vivirte, entre tu aire, pensamiento,
hálito de luz, íntimo afán mío.
Gozaré cada uno de los días
que te pienso
y cada uno de los ecos de tu boca
que quieran salir a mi paso,
cada una de las huellas de tus dedos
en mis cejas, cada una de las voces
que presten tus dientes a mis besos.
Los colores que quisiera estar viviendo contigo
y cada caer del sol en que imagino
lo acogedor de tu pecho,
igual los amo
porque traen a mi consciencia
nueva verdad como plegaria,
bienaventuranza de adorarte
a ti en la falta de no tenerte.
domingo, junio 05, 2005
HOMBRE AL AGUA
Al verme en el periscopio,
el Capitán, de repente,
recordó mi nombre propio.
Me llamó como no llama
a un marinero uniformado.
Se hizo conciencia que clama.
Porque yo quería besar,
fuera de mí, a una sirena,
y la sirena estaba cantando.
Su canto no era vulgar,
la sirena era bonita
y bailaba como el mar.
¡Qué peligro! El submarino
por orden del Capitán
puso rumbo a lo divino.
Él me quería ayudar,
pero pobre diablo loco,
yo me negué a embarcar.
Y le expliqué por señales
al Capitán, con las olas,
lo infinito de mis males.
Él furioso me ha radiado:
“¡Rayos, truenos, mil centellas!”
Le contesto: “Ya he probado.”
Los mil barcos de la mar
-punto, raya, punto- rezan
por Morse:”Todo va mal.”
¿Qué pasará? No hay pasar.
Lo que pasa es que pasa
que me quise enamorar.
¡Yo me quise enamorar!
Y encontré una sirena
y un mar de nunca acabar.
Floto y floto por flotar.
¡Qué interminable es besar!
Ya no es uno, ya son diez
los submarinos que tratan
de pescarme como a un pez.
Ya no son diez, ya son cien.
Comunico a mi familia:
“No me salvéis. Estoy bien.”
Con escándalo de vida,
canta entre saltos de espuma
mi sirena, divertida:
“Que vengan cien, mil millones.
Juguemos al escondite
con nuestros corazones.”
Ya no sé qué es lo que quiero.
Me he olvidado de quién soy.
Ya no sé si vivo o muero.
Pero aún pongo un telegrama:
“Que se casen Juancho y Mari.
Pueden dormir en mi cama.”
Porque yo no dormiré
nunca en tierra, nunca en paz.
Porque yo no volveré.
Me quedo aquí sintiendo el mar,
tan sólo el mar,
ese mar siempre latiendo.
viernes, junio 03, 2005
Fotografiando
Había hecho aquella fotografía unos meses atrás. Salí de aquella oficina temprano una mañana con la Rollei colgada al cuello y esperé un par de horas en las callejuelas de unos edificios del SOHO neoyorkino. Gasté cuatro carretes de Tri-X fotografiando las idas y venidas de la gente, de los empleados de tiendas y de algunos niños jugando. Me sentía como un colegial haciendo novillos, naturalmente, pero disfruté de aquel pequeño acto subversivo y sentí más placer todavía cuando las cuarenta y ocho exposiciones dieron una cosecha de dos o casi tres fotografías que me gustaron (no estaba mal para un aficionado como yo)
Desde el momento en que me puse a secar los negativos, me di cuenta de que aquella imagen del niño haciendo pompas de jabón había sido un acierto, pues iba más allá de la buena composición y entraba en el reino de mi misma infancia.
Eso es lo que pasa con la fotografía: si empiezas con buenas nociones de cómo utilizar el objetivo y lo haces como si fuera un árbitro imparcial de la verdad, inevitablemente terminas con imágenes afectadas y poco naturales que nunca llegan al corazón del asunto.
Las mejores imágenes son siempre accidentales. Los mejores resultados de los fotógrafos famosos (Capa, Weegee,...) son una mezcla entre la técnica y el hecho de estar en el lugar y momento preciso. La casualidad es lo más importante en fotografía. Uno se puede pasar horas esperando el momento justo. Y al final, darse cuenta de que realmente no ha conseguido lo que esperaba, pero descubrir, en cambio, que algunas fotografías hechas sin pensar durante la espera tienen una espontaneidad que falta en los intentos de hacer una composición lograda. Primera regla que he aprendido de este arte: el momento justo nunca se elige, sino que aparece de pronto y uno debe pedir que el dedo esté justamente sobre el disparador en aquel preciso instante.
Desde el momento en que me puse a secar los negativos, me di cuenta de que aquella imagen del niño haciendo pompas de jabón había sido un acierto, pues iba más allá de la buena composición y entraba en el reino de mi misma infancia.
Eso es lo que pasa con la fotografía: si empiezas con buenas nociones de cómo utilizar el objetivo y lo haces como si fuera un árbitro imparcial de la verdad, inevitablemente terminas con imágenes afectadas y poco naturales que nunca llegan al corazón del asunto.
Las mejores imágenes son siempre accidentales. Los mejores resultados de los fotógrafos famosos (Capa, Weegee,...) son una mezcla entre la técnica y el hecho de estar en el lugar y momento preciso. La casualidad es lo más importante en fotografía. Uno se puede pasar horas esperando el momento justo. Y al final, darse cuenta de que realmente no ha conseguido lo que esperaba, pero descubrir, en cambio, que algunas fotografías hechas sin pensar durante la espera tienen una espontaneidad que falta en los intentos de hacer una composición lograda. Primera regla que he aprendido de este arte: el momento justo nunca se elige, sino que aparece de pronto y uno debe pedir que el dedo esté justamente sobre el disparador en aquel preciso instante.