
Cabeza tuya
Déjales navegar – mis ojos marineros, mis labios mojados – y que orillen las costas de tu cabellera.
¿No oyes en el silencio de tu pelo tendido este febril galope de mis pulsos, sirena? Quisiera transportarlos a la ostra marina de tu oreja y que te llorasen el lamento y el anhelo del ser, de sobreser, de vivir a través de ti, multiplicados en ti contra la primavera.
Se han desbordado ya, como un eco de hermosura, las ondas de tu pelo. Avanzan en sucesivos halos, con ese circular de verdes collares que asedian las islas de mis mapas. ¡Ay, la volada del eco, el perfumado eco, de tus cabellos en los que pienso!
Tus cabellos de hierba recién mojada, sirena, tus cabellos de noche al amanecer, tus cabellos de luz que en la noche restallan y crujen como élitros de grillo real bajo la luna.
Y de pronto me son viva llama.
En ese fuego que no consume, que ilumina y no arde, en esa antorcha de memoria de tu melena desnuda en el cálido aire, se serena la frente alta y fría, como luna superpuesta, sorbida y a la vez flotante en el ancho ruedo de luz. Sin una cicatriz. Sin amenazas de hielo, pero con la promesa de aparecer mañana centrada por la señal de una estrella blanca, de escaparse a un lado y otro lado florida en la albura fresquísima de las sienes.
En la arada humana de tu pensamiento. Déjame navegar los surcos no hechos de tu frente. Y envíame tu luz, ya, reflejada, bajo los arcos inverosímiles de las cejas.
Coronarte. Pero, ¿de qué? No de violetas ni de rosas; de flores no. ¡Prodigiosa cabeza erguida en un cuello largo y suave, ascendida por las alas altas de tu nuca! Prodigiosa ahí…Cubierta en mi pensamiento, ahora, con hojas de besos, con racimos de ternura bien madura, con raíces de la mandrágora blanca que acuna tus sueños… cuando la luna baja a tu regazo.
