Esperando. Ausencia, implacable carga sobre el tendido de mis nervios que dimitir y desconectarse de mí quieren.
Buscaré tu cabeza. La entrega de tu cabeza, inclinada, tu cabeza tal una flor primera y rendida por el vegetal efluvio de esta primavera.
Esperando.
Ha cerrado la noche. En el horizonte surge una barra de luz débil, ligeramente anaranjada. Todavía, bajo el cielo pálido, se distingue el cantón oscuro de los montes.
De frente, en la lejanía, el luminoso va emergiendo, convexo, curvándose, cerrándose más a medida que penetra bóveda arriba. A mano izquierda, unas montañas grises, cercanas; sobre las que el azul se hace intenso en el cenit del infinito, abierto de alas, que enrarece hacia los bordes.
¿Por qué sendas de ternura acarrea esa carreta de luz su rítmico traqueteo -¿a qué inédito compás?- de campanillas plateadas?
El difuminado, minuto a minuto, se densifica, se condensa en un foco de luz, cabeza de puente de invasión planetaria que se incrementa alimentada con regularidad. Olas de viento llegan y se duermen entre el ramaje de la arboleda, levantando un suave olor a primavera.
¿Es una talla de luz? ¿Es luz viviente? En los confines se posa la luciérnaga de la luna. Luna recién creada que se dobla, al salir, sobre sí misma, como dicotiledón en incandescencia. ¿Es una luna con atmósfera? Luna sobre montaña de paisaje lunar...
Asciende con rapidez. Enciende, al paso, las sombras del horizonte; mientras las estrellas, altas y mudas, al sur, se desvanecen. Está la noche tranquila, hueca y a punto de copla de no sé qué soledad. Quisiera un campanario donde subir ahora, al vuelo, para –naciente luna- ayudar a madurarla.
La luna llena, entera, tensa, perfectamente redonda, acabada de nacer y durísima, queda en equilibrio, sobre la tangente de la tierra en distancia, como un sol sin rayos, domesticado y gozoso de dejarse mirar.
Un paso; y se lanza a recorrer su camino, ella, sola, por el cielo, y sembrando de su luz los caminos de la tierra con la finta de su blancura. Luna delicia, celeste luna. Luna de floreado fulgor que para tu cuerpo pienso, para iluminar tu cuerpo; y no a la luna en ti, sino en la luz de la luna poder besarte.
Te besaré. Y mi beso, ¡qué alto!, te llegará a estremecer; te calará como la bajada de la nieve en el prado, con la calma que pone la miel al esponjarse en el pan tierno.
Labios traigo para ganar el principado de tu boca. Fresca boca sangrienta que he de beber; sí, en esa luna que sabe a ella y no es ella, roja más que los corales del océano en que habitan las sirenas. Párpados remadores, sirena, tus párpados en las aguas de luna. Navegante luna.
¿No vibra en tus oídos la canción del mar? ¡Tu mar lunado, tu soñado mar! Y esa mirada tuya, tal que tu mar, ausente, tal que tu cielo ahora, cielos de luna nueva, esa mirada que no encuentro y que me aprieta como un dolor...