Brillando mi cuerpo de ti, sirena.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
una luz ardiente o reposada que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.
Por qué tus cabellos de agua despeinada
y tu carne traslúcida besan como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y se siente tu perfume y me calo
de ti hasta el tuétano de la luz.
Generosa presencia la de una mujer que amar,
descansado o tendido cuerpo o playa a una brisa,
a unos ojos templados que te miran,
oreando un desnudo dócil a su tacto.
Mirar tu cuerpo sin más luz que la tuya,
que esa cercana música que concierta a la noche,
a las aguas, a las espumas, a ese ligado latido
de este mundo absoluto que siento ahora en mis labios.
La realidad que vive
en el fondo de tu beso dormido,
donde las mariposas no se atreven a volar
por no mover el aire tan quieto como el amor,
duerme mientras manos de seda
mientras paño o aroma
mientras cálidas luces que resbalan
tiernamente comprueban la suavidad del seno
el buen amor que sube y baja a sangre.
Cuerpo tuyo feliz que fluye entre mis manos,
rostro sosegado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tú, inocente, duermes bajo el cielo…
Yo, en desvelo.
Saber que duermes tú, cierta, segura,
-cauce fiel de abandono, línea pura-
tan cerca de mis brazos
por la distancia maniatados.
La realidad que vivo en ti
bate unas alas inmensas
y me lleva entre sus alas
como pluma ligera
y me pega al calor de tu cuerpo:
dulce secreto de conversar con el mar.
Anoche. Brillando mi cuerpo estaba de ti, te besé
y sentí dentro, en mi boca, el sabor de la aurora.